viernes, 30 de noviembre de 2012

Comunicación


La comunicación es vital para todas las relaciones interpersonales; para el crecimiento, para el desarrollo normal, para la salud; es vital en todos los ámbitos. Somos seres comunicativos y gregarios: necesitamos expresarnos y recibir las expresiones de los demás; dar, recibir, compartir, y “estar acompañados” en el camino de la vida.
Nos comunicamos desde el vientre de nuestra madre. Nos comunicamos con la mirada al nacer, con el llanto, aferrándonos a lo nuevo (el dedo de mamá, la nariz, el cabello), con  sonidos “ininteligibles” (hasta que la mamá lo decodifica y logra entender los mensajes de su hijo); con las primeras sonrisas, y las risas  de los padres que constituyen un feedback, una respuesta comunicativa. Eso también es comunicación.
Aprendemos “el modo” comunicativo antes que cualquier  forma de lenguaje. Es decir que siempre buscamos inconscientemente la manera de comunicarnos, de interactuar, desde el nacimiento. Justamente porque fuimos creados para interactuar, dar y recibir, compartir.
Cuando la comunicación es interrumpida o entorpecida por alguna razón eso afecta las relaciones, las emociones, el carácter, los pensamientos, las acciones, las respuestas de la conducta. Y es necesario restablecerla a fin de que todas las cosas comiencen a mejorar.
Dios nos ha dado la oración como medio para comunicarnos con Él, ¡en todo momento, en todo lugar, en toda manera! Podemos estar siempre “on line”, con línea abierta, de manera ilimitada. ¡Es fascinante! Pensemos un momento en esto: “Puedo comunicarme con Dios en todo momento, en todo lugar, en toda manera”. ¡Maravillosamente impactante!..
Él ha prometido estar con nosotros siempre, ha prometido oírnos, y respondernos.
Lo único que puede interrumpir la oración es el pecado; y aun para eso Él proveyó la solución  (“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” 1º Jn.1:9).
Como hijas de Dios tenemos acceso al trono de Dios, a su presencia, para entrar confiadamente, para recibir la gracia que necesitamos. Podemos conversar con Dios, como amigos (“…os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.” Jn.15:15). 
Incluso hay beneficios para el cuerpo en la oración: cuando estamos en oración con Dios, Él aquieta nuestra alma, en Él hallamos descanso y quietud para el alma. Siempre recibiremos paz y gozo en su presencia. En medio de toda circunstancia podemos pedirlo y lo recibiremos, eso y más, ¡junto a Él, en compañía!

“He aquí yo estoy con vosotros todos los días...” Mateo 28:20.
“Tú oyes la oración”. Salmo 65:2
“Clama a mí, y yo te responderé”, Jeremías 33:3
“En Dios solamente está acallada mi alma” Salmo 62: 1.
“Con tremendas cosas nos responderás tú…” Salmo 65:5


viernes, 16 de noviembre de 2012

Un amigo

Nada mejor que un amigo…
Para tratar con mi orgullo con  amonestaciones llenas de amor… y de cordura.
Para edificar mi autoestima con elogios cargados de ternura…y de verdad.
Para decirme que lo más genial que puedo ser, es ser yo mismo sin copiarme de nadie.
Para ayudarme a mirar a mis miedos directo a los ojos… y vencerlos.
Para traer consuelo y sanidad, sin juzgar, cada vez que tropiezo y me culpo.
Para sacudirme a la realidad cuando necesito los pies en la tierra de nuevo.
Para ayudarme a volar cuando despego en la realización de un sueño.
Para alentarme a confiar cuando flaquea la fe... y la lucha arrecia.
Para empujarme a saltar en alas de la fe ese pequeño charco, abismal para mí.
Para decirme con sinceridad lo que otros solo criticarían.
Para desafiarme a mejorar siempre y moldear mi carácter
Para mostrarme mis puntos fuertes, pero también las falencias.
Para decirme la verdad en amor y sin soberbia
Para recordarme lo valioso que soy con certeza cargada de verdad…
Para señalar que mi propia humanidad sigue siendo débil, cuando me ataca la arrogancia
Para recordarme la gracia del Señor cuando soy demasiado duro conmigo mismo.
Para charlar como si nada…¡después de perdonarme setenta veces siete!
Para recordarme que Jesús está conmigo todos los días, cuando también lo veo en sus ojos.
Para mostrarme el amor de Cristo, tan real en un vaso de barro que es tan “vaso de barro” como yo.
 
Los amigos no son casuales; son preciosos regalos de Dios. Constituyen nuestra riqueza incalculable: en ellos podemos ver a nuestro gran Amigo, Creador de todo lo bueno. 
Dios ha dispuesto que compartamos el trayecto de la vida con nuestros amigos, ¡y nos ha concedido que lo disfrutemos juntos! 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Algo mejor



Si nos preguntaran si deseamos algo mejor, seguramente todos atinaríamos a decir que sí casi sin pensarlo. Fuimos hechos para avanzar, crecer, progresar, proseguir en el desarrollo del potencial que Dios nos dio, no al azar sino “con algo en mente”, con una excelente idea de bendecirnos. El concepto de “progreso” lo tenemos innato. Que el hombre anhele progresar fue idea de Dios.  ¡Un regalo de Dios! 
Dios nos llama a “algo mejor”, por eso nos insta a ser transformados “como a la misma imagen por el Espíritu del Señor”. Nos llama a ser más como Cristo… lo cual es siempre mejor. Sin embargo cuando oímos “ser transformados”  a menudo pensamos en palabras como santificación, pureza, integridad, consagración, devoción, servicio…Y se nos viene a la mente un dejo de “¡Uy!...” como si el pronunciar esas palabras desencadenara una sucesión de reglas, prohibiciones y mandatos “destinados a quitarnos la alegría y la diversión, las ganas de vivir y la sonrisa.” ¡Nada que ver!... Somos hijos de Dios: ¡somos santos alegres! Pertenecemos al Dios de la vida, "...al Dios de mi alegría y de mi gozo" (Sal.43:4). ¿Aquel que creó la alegría querrá que vivamos una existencia sin gozo? Si preguntamos, Dios nos dice en su Palabra "Estén siempre gozosos". No dice "ríanse todo el tiempo"...el gozo es esa alegría profunda, a veces silenciosa, que te hace sonreír incluso a solas, sin causa "desencadenante", sino la certeza de que está allí, en medio de tus carencias, necesidades o pruebas. Gozo de Dios es presencia de Dios.
El procurar algo “mejor” (bienestar, gozo, salud, alegría, diversión, satisfacción, etc.) no se contrapone ni contradice con el término “santificación”. Asociamos la palabra santificarse con “no” y se empapa de connotaciones negativas que en realidad no tienen por qué estar allí.
Traemos un bagaje legalista de siglos que se nos pegó en algún momento de la historia…y que parece un sticker difícil de quitar. No hubo nadie tan santificado,  puro, integro, y  consagrado como Jesús…y lejos de ser un asceta amargado por la existencia terrenal, tenía tanto gozo y alegría en su vida diaria que   el salmista lo dice en el libro de los Salmos: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.” (Sal.45:7). La santidad y el gozo van juntos, y se amalgaman; lo mismo sucede con la santidad y el amor: se amalgaman, de manera que no es posible separarlos. 
La santificación no es una carga. Santificarse es apartarse del mal, para Dios; santificarse también es “amar”. Porque es el segundo mandamiento  más importante; y el amor no hace nada indebido. Y además, el amor es la fuente del gozo ¡No se puede tener gozo genuino sin amor!...
Dios no nos niega ningún bien. Es más, todo lo bueno procede de Él,…y es para nosotros.
No seremos menos “felices” por santificarnos más, por amar más a Dios, por servir con la actitud que agrada a Dios.  Todo lo contrario.  “Bienventurados los de limpio corazón…” Bienaventurados, dichosos, ¡felices! Dios nos mueve a santificarnos cada día, a escoger lo bueno y no lo malo; a escoger la vida y no la muerte; a escoger  el amor, que edifica, y no la amargura, que destruye. Dios nos ofrece algo mejor. Cuando nos insta a ser transformados el Señor nos está motivando a permitir que su Espíritu realice cambios profundos en nuestra vida, “a fin de conocerle”, primeramente, y de avanzar en el cumplimiento de su propósito.
Sin duda, cuando Dios habla de transformación habla de convertirnos en algo mejor. ¿Por qué? Porque no somos transformados de cualquier manera ni en cualquier cosa: somos transformados a su imagen  por el Espíritu Santo. 2 Cor. 3:18, "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor". Habla de una transformación que desde adentro, de un “corazón mudado”, de un corazón conforme a su corazón, … que ama, en fin: de un corazón lleno de gozo.
¿Queremos algo mejor? Dios lo tiene listo para nosotros, de antemano…vamos a darle lugar para que Él lo haga realidad. Cuando estamos con Él, allí somos transformados. No como una carga, sino por gracia, porque Él nos ama; no como un esfuerzo, sino recibiendo de Él mismo. “Algo mejor”…¡Eso es lo que Dios siempre tiene! La bendición del Señor es la que enriquece ..."y no añade tristeza con ella" (Pr.10:22)