Recordar quienes somos nos ayuda para no ceder a la
tentación de menoscabarnos, o sobrevalorarnos. Nuestra autoestima está equilibrada en Dios.
Los hijos de Dios somos hijos del Rey, que es Rey de reyes y Señor de señores. La Biblia dice somos herederos en Cristo Jesús. Que “somos reyes y
sacerdotes”, que somos justos, que somos santos, que somos más que vencedores. Y, de igual manera, nos exhorta a que “cada uno piense de
sí con cordura”, sin tener “un concepto más alto del que deba tener”.
Como
mujeres, ¿somos princesas o somos siervas? Son
conceptos que se contraponen. Pero debemos saber que somos
ambas. Pareciera
ser una paradoja, pero es una realidad bíblica. La realeza del Reino de
Dios se caracteriza por la actitud de servicio hacia el prójimo.
Tenemos la
misión de dar a conocer el amor de Dios para que muchos lo conozcan y lo reciban. Somos seres humanos, llenos de la presencia de Dios con el propósito de honrar su nombre. Somos llamados a ser como Jesús. Él, el Rey de gloria, se hizo siervo y
entregó su vida para salvarnos a todos. Por eso, la realeza del Reino de Dios se distingue por
el amor y el servicio.
Más allá de nuestra herencia en los cielos, más
allá de la vida eterna que ya tenemos, más allá del poder y la autoridad de
Dios que hemos recibido, más allá de
nuestra “corona”, somos siervos de Dios comisionados para salvar a otros. Recordemos cuán valiosos somos, de modo que podemos vivir confiadamente y abocados a nuestra misión.