Los seres humanos tenemos inteligencia y raciocinio, una conciencia moral que nos hace entender el bien y el mal, y una voluntad que nos permite elegir entre ambos; y capacidad afectiva: la capacidad de amar, de sentir emociones.
Podemos ejercer nuestra voluntad, gracias a la libertad de decisión (libre albedrío), lo cual significa que podemos elegir lo bueno y hacer lo bueno. Incluso elegir las emociones buenas. O lo contrario. Es nuestra elección.
Tenemos una
inclinación al mal que es innata. Pero, gracias a Dios, esa condición no es irreversible. Desde que Adán y Eva (el primer hombre y la primera
mujer), decidieron ser independientes y alejarse de Dios, afectaron a la humanidad entera, al punto de tomar decisiones tanto equivocadas como inconcebibles.
El resultado es que el mundo actual sea como es. Dios, que es generoso y bueno, proveyó la posibilidad de volver a
tener un corazón que ame lo bueno y haga lo bueno. Cada uno de nosotros podemos decidir libremente.
Podemos elegir acercarnos a Dios, volver a Dios después de habernos alejado tanto. Podemos cambiar de rumbo y hacer lo que agrada a Dios. Si nos arrepentimos, todo el poder de Dios está disponible para ayudarnos a vivir una vida digna y maravillosa.
Él nos da un corazón nuevo, una nueva naturaleza; nos hace hijos de Dios de modo que podemos hablar con Él como un hijo a su Padre. Con la diferencia de que Dios es el Padre Perfecto, el que todos quisieran tener. La Biblia dice: “A los que creen en su nombre, les dio derecho de ser llamados hijos de Dios”.