La vida entera es una
sucesión de momentos fugaces que pueden pasar desapercibidos. Depende de nosotros disfrutarlos, atesorarlos y hacer de ellos momentos fructíferos -para nosotros y para otros.
No perdamos esos momentos únicos. Es más, procuremos que cada momento sea un recuerdo inolvidable. Ese tiempo que
pasó no volverá. Sin embargo, cada instante es una oportunidad para progresar y crecer, para mejorar, para corregir, para decidir mejor, para ser mejores personas y ayudar.
Procuremos hacer de cada día, un gran día. Tomando buenas
decisiones, hablando palabras que hagan bien, manteniendo una buena actitud y una buena relación con los demás. Aprovechemos al máximo el tiempo que Dios nos regala. Decidamos que vamos a vencer con el bien el mal. Hagamos que "nuestro mundo" (ese entorno en el que vivimos) sea afectado positivamente por nuestra presencia allí.
La vida es una sola y no
se repite. Tenemos la oportunidad de vivir a pleno, pero hagámoslo de manera tal que
cuando miremos atrás, veamos que valió la pena. Decidamos
cómo queremos vivir y trabajemos en pos de eso. Construyamos un lugar
de paz, de reposo, un refugio de bendición para nuestra familia que también alcanzará a otros.
En cada momento hay oportunidad de hacer algo de valor trascendente: cuando amamos a Dios, cuando hablamos de Jesús, cuando hacemos el bien, cuando alentamos y ayudamos, ese momento fugaz puede tener alcance eterno.