Es interesante notar que todos los seres humanos tenemos
virtudes y defectos, incluso la gente que pudiera decir “Yo soy muy malo” (¡en
ese caso, la virtud podría ser la sinceridad!). La Biblia dice que Dios hizo al hombre (al género humano) a
Su imagen y semejanza. Aunque el hombre se desvió del plan original de Dios,
pecó y permitió que el mal lo afectara, todavía hay “cosas” en el corazón
humano que nos recuerdan que fuimos creados por nuestro Dios que es Bueno y
Perfecto.
Cuando recibimos a Jesús en nuestro corazón, Dios nos da un
nuevo corazón, una nueva naturaleza, la naturaleza de Dios. Somos transformados
cada día más y más conforme a Su imagen. “El amor de Dios ha sido derramado” en
nuestros corazones “por su Espíritu Santo”, nos dice la Biblia.
Estamos inmersos en un mundo donde hay maldad. La naturaleza
humana egoísta busca salirse con la suya y se inclina al mal. Pero, sin embargo
hay una gloriosa e irrefutable verdad: los hijos de Dios, tenemos la ayuda del
Espíritu Santo para buscar lo bueno, hacer lo bueno, practicar el bien, amar. El apóstol Pablo dice “que cada uno piense de sí con cordura” (Romanos
12:3). Y: “ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro
Dios” (1 Co.6:11, NVI).
Pensemos, entonces, “con cordura”: Si somos hijos de Dios, no debemos
condenarnos con pensamientos negativos y mentiras creyendo que “somos malos”.
Somos hijos del Dios Bueno, que nos ama y nos hace crecer más como Él cada día.
Tampoco nos creamos mejores que los demás. Podemos tener el equilibrio de
sabernos “pecadores redimidos”: “gente inclinada al mal pero rescatada por
Dios y transformada, hechos hijos de Dios para ser más como Él”.