Por el mero hecho de estar, la luz
disipa la oscuridad. Una lámpara, una
linterna, una luz de emergencia, un dispositivo electrónico, son elementos que dependen de una fuente de energía
que los alimenta y los mantiene capaces de iluminar y de cumplir su función. También nosotros dependemos de una Fuente: Dios mismo es nuestra fuente de Luz y de Poder. La vida cristiana es una vida expuesta, que se muestra y se exhibe
aunque no nos demos cuenta. Se percibe tanto como una luz en la
oscuridad. Se difunde hasta "casi involuntariamente". En
este mundo de hoy, vemos una apremiante necesidad de la luz de lo genuino, algo que indique el camino para salir de la oscuridad.
Cuando acercamos luz a un
recinto oscuro, “la oscuridad retrocede”. De la misma manera, Jesús “ilumina este
mundo” incluso en lo cotidiano trayendo vida y libertad. Él, quien dijo
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas”, nos encomendó la
tarea que Él mismo comenzó. Nos dijo: “Ustedes son la luz del mundo”. Y lo somos por medio de Él, por la fe. Para ser esa luz se requiere ser auténticos. Seamos
auténticos, sinceros, que el amor nos motive. Son
nuestras actitudes, acciones y reacciones, decisiones y determinaciones, las
que proyectan una fuerte convicción de quiénes somos realmente, de manera tan clara, que los hechos acallan las palabras.
Dispongámonos a desarrollar esa "capacidad de iluminar", de bendecir. No de "brillar para
inflar el ego", ni de ser "una estrella". No hay luz
alguna en eso. Permitamos que Jesús reine en nuestro corazón
y nos transforme continuamente. Nuestra esencia
misma como hijos de Dios nos hace portadores de su luz. Por eso podemos iluminar sin esfuerzo alguno, como una lámpara ilumina el lugar donde está.
Manifestamos lo que somos, pero siempre dependientes de la Fuente. Dios es la fuente y el origen de lo bueno. La fuente de nuestra vida, de nuestra fuerza y de nuestra alegría. Nacimos para mostrar las
maravillas de Dios y su amor por la humanidad. Eso es posible cuando vivimos en comunión con Él y con su compañía.
Que se vislumbre su luz y que pueda irradiarse libremente y sin ostáculos. Que muchos puedan salir de la oscuridad en que están cautivos. Ese es el anhelo de Dios.