Todos quisiéramos evitar los malos ratos y las crisis. Pero, nadie dijo que no habrá
tristezas, ni lágrimas. No se nos dijo que, por ser cristianos, estaríamos
exentos de problemas o penas. No obstante, sí se nos prometió consuelo y ayuda, la presencia de Dios, su compañía, su fortaleza, ¡y su alegría!
La Biblia dice que Dios
alegra el alma de sus hijos. ¡Dios alegra mi alma! Él nos rodea de amor. Su
Espíritu Santo, cuyo “segundo nombre” es “el
Consolador”, nos acompaña todo el tiempo. En esos momentos difíciles, procuremos siempre hacer lo correcto, tomemos
decisiones adecuadas, tengamos una buena actitud, y confiemos en que Dios
hará lo demás. Podemos estar seguros de que cuando dejamos en sus manos
nuestros conflictos y necesidades, Él se hace cargo. Y lo hace todo bien.
Surgirán algunas situaciones adversas indefectiblemente. Acudamos a Dios, en oración. Él nos ayudará a mantener ese gozo interno y
callado que nos fortalece. Ese gozo que Dios deposita en nuestro interior nos renueva las fuerzas y el ánimo. Recordemos que las circunstancias
están bajo el control absoluto de nuestro Dios.
¿No es maravilloso? Dios cuida de nosotros. Pensalo: "¡Dios alegra mi alma!" ¡Él es el Dios de mi alegría! El que en medio de mis dificultades me bendice y me devuelve la sonrisa.
“...al Dios de mi
alegría y de mi gozo…” (Salmo 43:4)