Si nos va todo bien en la vida, si no tenemos necesidades, vicios, ni enfermedades; si pensamos que logramos todo lo que nos propusimos, que lo tenemos todo, pero Dios no es parte de nuestra vida, ¡nos estaríamos perdiendo lo mejor! Si pensamos que ya está, no nos imaginamos, siquiera, cuánto nos falta.
A menudo
se piensa, erróneamente, que el evangelio es sólo para los pobres, enfermos y
atribulados. Se supone que "si estamos bien" no es necesario escuchar sobre Dios. Nada más lejos de la verdad: si nos falta
Dios, somos los más necesitados de los seres humanos. Aunque tengamos fortunas
en las cuentas bancarias y bienes de todo tipo, propiedades, familia, amigos y
fama. Si no tenemos a Dios a nuestro lado, en realidad, no tenemos nada. Suena
fuerte, pero es real. Lo material, al morir, quedará aquí en
la tierra. Cuando damos el corazón a Dios, lo tenemos todo: el mejor lugar que
nos espera y el mejor futuro desde ahora.
Suele ocurrir que, quienes alcanzan éxitos y fama se sienten vacíos al
llegar a una cima sólo para encontrar que eso no ha podido satisfacerlos
ni hacerlos felices. Persiguieron la felicidad y esta se les esfumó en sus manos
cuando creyeron al fin haberla alcanzado.
La vida en la tierra, puede superar apenas los 100 años. La eternidad, por definición, no tiene límite ni fin. La así llamada corriente "cesacionista" sostiene que, al morir, el individuo se sumerge en la nada y ya no es consciente, deja de existir en lo absoluto, no piensa ni siente. Pero, en verdad hay vida después de la muerte: una vida consciente, lógica, racional, porque nuestra persona, nuestra personalidad, nuestra alma, es inmortal. Podremos percibir, ver, sentir, pensar. Lo que vivamos en la eternidad depende de nosotros, de nuestras decisiones de hoy.
Somos libres
para elegir nuestro futuro eterno. La Biblia
habla del Cielo (un lugar de dicha eterna), y del infierno (un lugar de
tormento), por lo tanto,
todos necesitamos escuchar con atención el mensaje de Dios. Dios existe.
Y es tan bueno que ya proveyó la salida para librarnos de nuestra propia maldad y nos preparó el Cielo.
Sólo pide que dejemos el mal, el pecado, y que creamos, que confiemos en Él. Hoy mismo, aquí y ahora podemos aceptar su perdón y su amor. Comprobalo por vos mismo.