jueves, 16 de abril de 2015

Hay un lugar

Hay un lugar donde podemos descansar de todo cansancio, de todas las preocupaciones, de todo afán. Un lugar en que podés estar confiado, protegido y totalmente seguro. Desde ese lugar todas las cosas se ven diferentes: los grandes problemas se ven muy pequeños, y las preocupaciones importantes, ya no lo son tanto. Podemos ir allí en cualquier momento, a cualquier hora del día. Podemos quedarnos todo el tiempo que queramos. Y cuando salimos de ahí ya no somos los mismos: somos mejores personas, nuestros defectos no son tan marcados, nuestras debilidades no se sublevan tanto, tenemos paz, ¡y una alegría inusual!
Ahí el tiempo parece detenerse, tanto que salimos rejuvenecidos, con fuerzas renovadas y nueva creatividad. En ese lugar somos felices porque compartimos un tiempo especial con Aquella Persona que nos ama como nadie: nuestro Dios que nos ama con amor incondicional. Nuestro Dios y Padre.
 
¡Es un lugar magnífico y vivificante! Entonces, ¿por qué no vamos allí  más a menudo? ¿Permitimos que otras cosas nos distraigan? ¿Algo se interpone? Ese lugar. es el lugar donde oramos. El lugar donde estamos a solas con Dios. Donde podemos hablar de todo con confianza, y escuchar con mayor claridad  Su voz. Todos los días, dispongamos de tiempo para estar allí. Orando por nosotros y por otros, recibiendo de Dios. Observando, además, ¡cómo Él hace maravillas en respuesta!