Hay un lugar donde podemos descansar de todo cansancio, de
todas las preocupaciones, de todo afán. Un lugar en que podés estar confiado, protegido y
totalmente seguro. Desde ese lugar todas
las cosas se ven diferentes: los grandes problemas se ven muy pequeños, y las
preocupaciones importantes, ya no lo son tanto. Podemos ir allí en cualquier momento, a cualquier hora del día.
Podemos quedarnos todo el tiempo que queramos. Y cuando salimos de ahí ya no
somos los mismos: somos mejores personas, nuestros defectos no son tan
marcados, nuestras debilidades no se sublevan tanto, tenemos paz, ¡y una alegría
inusual!
Ahí el tiempo parece detenerse, tanto que salimos
rejuvenecidos, con fuerzas renovadas y nueva creatividad. En ese lugar somos
felices porque compartimos un tiempo especial con Aquella Persona que nos ama
como nadie: nuestro Dios que nos ama con amor incondicional. Nuestro Dios y Padre.
¡Es un lugar magnífico y vivificante! Entonces, ¿por qué no vamos allí más a menudo? ¿Permitimos que
otras cosas nos distraigan? ¿Algo se interpone? Ese lugar. es el lugar donde oramos. El lugar donde estamos a
solas con Dios. Donde podemos hablar de todo con confianza, y escuchar con
mayor claridad Su voz. Todos los días, dispongamos de tiempo para estar allí. Orando por nosotros y por otros, recibiendo de Dios. Observando, además, ¡cómo Él hace maravillas en respuesta!