sábado, 5 de abril de 2014

Marcas

Nuestra vida es un andar que deja huellas. También es un andar que deja marcas.

Constituye, además, una influencia que alcanza a todos los que nos rodean.

Nuestra vida misma es una influencia, que afectará otras vidas. Depende de nosotros que dicha influencia sea buena, noble y digna.

Dondequiera que vamos, dondequiera que estemos, influenciamos, ya sea con nuestras palabras o nuestros silencios. En el trabajo o el hogar, en la escuela o el gimnasio, en la iglesia, en el club, en un café o en la calle.

Hay una historia personal que escribimos cada día. Con aciertos y desaciertos, creciendo y madurando. Así determinamos nuestro rumbo, vamos dejando huellas y una marca que puede convertirse en un legado.

Cuando entregamos nuestra vida a Dios para hacer lo que a Él le agrada, Él nos guía para cumplir sus propósitos. Dejemos que Él nos dirija, y nos transforme en bendición para otros. Ése será el mejor legado, indeleble y perdurable: el que Dios preparó de antemano. Un legado que acerque a los hombres a Dios y les hable de su amor eterno. Que revele el amor de Dios a los que están lejos y a los que están cerca.

Si esa es la marca de nuestra vida, si esa es la huella que dejamos, si esa es la influencia que bendice podremos estar seguros que será el mejor legado para las siguientes generaciones.