Quizás pueda parecer un concepto trillado, teórico, "arcaico", pero lo cierto es que la práctica de este principio (que no es otra cosa que obedecer las instrucciones de Dios), es posible, necesaria y de suma importancia. No significa que no podamos sentirnos cansados o hastiados en algún momento. Significa que, cuando ese momento llegue, podemos decidir conforme a lo que agrada a Dios, y no conforme a nuestra percepción de la situación, que a menudo podría ser bastante egoísta.
El mismo Dios que nos recuerda que hagamos el bien, es el que nos capacita para hacerlo. Él sabe que a veces nos resulta difícil, que a veces simplemente no tenemos ganas o no nos surge devolver con bien a quien nos hace mal. Pero, ¿cómo podríamos mostrarle la luz si caminamos en la misma oscuridad? La actitud correcta, el no usar de "derecho a la venganza", o "darle de su propia medicina", es luz que disipa las mentiras de que no hay amor y de que todo está perdido.
El cansancio es pasajero; el resultado de hacer lo bueno siempre tendrá una trascendencia eterna. Que podamos recordarlo y animarnos para no transigir jamás.