Se requiere calma objetiva para separar lo real de lo aparente; para corregir, dejar, tomar, resolver o aplazar. Depende, en gran parte, de nuestra decisión. Corremos y caemos en la corriente, o nos detenemos y decidimos cuál será nuestro siguiente movimiento. La decisión es importante. Nosotros debemos determinar el ritmo. ¿Cómo queremos vivir? ¿Manejados por las circunstancias o decidiendo por nosotros mismos? Parece simple, pero no lo es. Requiere el ejercicio de nuestra voluntad y es imperativo.
Nuestro andar no tiene por qué ser una continua lucha. Obtener logros requiere esfuerzo, trabajo y empeño, por supuesto que sí. Que debemos poner el mejor esfuerzo, incluso experimentar el cansancio, ciertamente que sí. Pero, hoy en día, evitar el estrés debería constituirse en la meta ineludible.
No estamos solos. Si nos toca luchar, luchamos acompañados. En la prosecución de logros, también. Hay un Dios. Un Dios único y verdadero, que nos mira y que está dispuesto a intervenir en nuestra vida, si se lo permitimos. Real y poderoso, así es el Dios que nos ama y nos cuida. No es ficción. Es realidad.
Con Él, "la lucha diaria" es un trayecto diferente, el estrés se aleja y el esfuerzo halla descanso en el propósito. Con Dios el vivir se torna en un proyecto constante de crecimiento. Hallamos paz y descanso incluso en medio de esas batallas inevitables. La vida es una aventura en que los obstáculos son victorias al final del día. Las metas se alcanzan con sudor, pero también con alegría, porque Dios está a nuestro lado.
En oración, es decir, en un charlar con Dios, lo podés comprobar. Él escucha a quien le habla desde el corazón. Él te
conoce, conoce tu vida, tus días, tu presente y tu
futuro. Podés hablarle cuando quieras y donde quieras. Basta con hablarle,
sinceramente, y Él responderá y transformará toda tu existencia para
siempre.