Mientras escribo, un ocaso precioso, lleno naranjas y de rojos, bermejos y carmines me atrae a la ventana. Mi música de fondo, el lento caer de las sombras vespertinas sobre los árboles vecinos, las luces que comienzan a brillar en casas y edificios. Mi gatita friolenta, desaparecida bajo sus mantas invernales, dejó de ronronear inmersa en su sueño profundo junto a la estufa. El mate a la derecha y el celular en calma. Sin curiosidad de redes ni noticias mundiales. Los libros. La mirada sin prisa. La familia, a solas, antes de la merienda suculenta que retrasará la cena. Podrían parecer nimiedades, pero, lo cuento, porque tal vez haya un "antes" diferente.
"Antes de la pandemia" quizás ni observábamos el atardecer, y las mascotas nos despertaban de la "hipnosis" de pantallas en que vivíamos. Ni notaríamos la música de fondo, ahogada en el bullicio de nuestro propio afán... Por eso, sobreviviente, recordemos darle más vida a los días, poner una cuota más de fuerza y mantener la esperanza de un porvenir que no es casual.
El hecho de ser un sobreviviente significa otra oportunidad para conocer al que nos rescató. En una crisis sanitaria global, sobrevivimos y no por casualidad. ¡Que esa certeza nos anime! Dios nos concede la gracia de ver, con otros ojos, la vida, las personas y los planes, para que podamos acudir a Él y conocer su Plan perfecto para nosotros.
Jesús dio su vida para que podamos vivir para siempre, para liberarnos del mal y de la culpa. ¡Él es el único que venció a la muerte! El único que da vida eterna, esa vida verdadera que nunca terminará. Y la ha prometido a todo aquel que crea y deposite en Él su confianza. Él es Dios. ¡Y para Dios, nada es imposible!