¿Qué hay detrás de los enojos, las molestias, los rezongos,
la tristeza y la amargura? Es una buena pregunta para tener en cuenta cuando nos
ofenden, nos atropellan (verbal, física o emocionalmente) sin causa alguna. Lo
primero que puede surgir en nosotros es la reacción. Pero, ¿vale la pena que reaccione? ¿Qué lo lleva -o la lleva- a actuar de
esa manera? Creo que muy pocas personas actuarían de esa forma sólo
porque sí, “de pura maldad”, como suele decirse. El resto de los humanos generalmente
actuamos basados en un motivo subyacente, sumado o no, a una “reacción en
cadena” de otros tantos motivos que quizás no sean perceptibles para todos. Y lo único que vemos es el estallido externo.
Antes de reaccionar nos conviene deternos un instante que nos permite “tomar el
control” de nosotros mismos y de la situación (y ser “proactivos”). Evita que devolvamos
golpe por golpe, palabra por palabra. Permite la oportunidad de actuar con
empatía. Podemos ponernos un momento en el lugar del otro, y pensar que
realmente algo le ocurre, que no es visible, pero que lo está
moviendo abruptamente a actuar de manera irreflexiva, indebida y descortés.
Si tomamos un momento para no ser “reactivos”, seguramente se nos
pasará ese impulso inicial de “devolver” la palabra, el gesto o la
actitud. ¡Eso ya es en sí mismo todo un triunfo! Y es muy probable que la
otra persona se calme, al ver que no agredimos. Estaremos ayudándole a encontrar paz en medio de su propia dificultad. Por eso,
antes de reaccionar instintivamente, tomemos un instante. Eso marcará una gran
diferencia, y será un gran beneficio para nosotros y para los demás.