No
ha terminado. Seguimos el proceso de la pandemia todavía en curso. Con vacunas, pero una vez más, con lugares de esparcimiento y
actividad física cerrados; jardines, escuelas, colegios y
universidades, cerrados, practicando la virtualidad. Templos silenciosos y cerrados.
Aun así, la Iglesia sigue viva y fuerte: los hogares se volvieron refugios. Se tornaron templos de adoración. Nuestras casas se llenan de
oración y de alabanza. Y recordamos, aún más, que el
Dios que nos esperaba en las iglesias en la mañana del domingo,
comparte nuestros días, las 24 horas... ¡maravillosa verdad!
Dios está
conmigo. Dios está con vos. Con todo el que confía en Él y le cree.
La Iglesia no es material: es el baluarte de la verdad, afirmado en cada
corazón donde habita el Cristo que nos rescató y nos hizo hijos de
Dios. Nosotros, sus hijos, somos la Iglesia y, más que nunca, somos conscientes de que Él nos acompaña en todo tiempo.
Que
los hombres busquen en casa al Dios que les dio la vida. Que le hablen
y clamen, porque Él los escucha. Que tengan fe y confíen porque Él está
cerca. No están solos. Dios está. Dios es nuestro refugio fuerte.
Dios
sigue amándonos. Sigue
esperando que todos acudamos a Él, porque Él respeta nuestra
decisiones. Nunca nos obligará a confiar en Él, pero, si creemos en Él y
en su Palabra, veremos con nuestros ojos que ¡para Dios nada es
imposible!