No somos perfectos. Absolutamente obvio. Una realidad visible imposible de ocultar.
Pero el mundo no necesita la perfección
que no tenemos. Nuestra transparencia y sinceridad, nuestro compromiso, nuestras aptitudes, aun en medio de nuestra imperfección, son mucho más importantes que esa "carencia" que compartimos con todos los mortales. No lo dudes. Nadie puede exigir la perfección inalcanzable. No lo hagamos tampoco nosotros. Seamos veraces,
sin doblez, genuinos. Con un equilibrio delicado que nos libra del orgullo y la soberbia y también de la minusvalía. Somos personas en continuo proceso de perfeccionamiento. ¡Dios nos ama, gente! Nos ama tal cual somos. Permitamos que nuestra vida misma cuente que Dios nos ama así como
somos, pero está empeñado en transformarnos para que seamos mejores. Quiere ayudarnos a ser lo que Él soñó
para nosotros, rumbo a la perfección, aunque imperfectos todavía.
Podemos ser personas empáticas, compasivas, genuinas, que se identifiquen con los demás. Ante todo, y sobre todo, con quienes no
conocen otra vida que “el estar lejos de Dios”. No es
necesario ser perfectos: es suficiente con ser un hijo de Dios, creyendo en Jesús. Sabernos amados y aceptados por Dios es lo que hace la diferencia.
Seamos "imperfectos que ejercitan activamente la
empatía y la compasión". Imperfectos que priorizan el bendecir, el "bien decir" y hacen lo bueno. Hombres y mujeres "en proceso
de metamorfosis" hacia una perfección absoluta asequible en el Cielo. ¿Cómo no amar a este Dios que nos ama tanto? Vivamos con alegría y esperanza mientras caminamos “hacia la perfección”.
Reflejemos
el amor y la gracia de Dios durante el trayecto. Mostrarnos
tal como somos (“así, en proceso") puede salvar vidas, y, sin duda,
¡también nos hará más felices!