Se empieza a vislumbrar un horizonte desconocido: un virus
que mata, que no conocemos, para el que no estamos preparados, y que origina más preocupaciones. Surge la incertidumbre y el temor. La esperanza se eleva como las oraciones y la fe se afirma. Vemos qué vulnerables somos, y esa verdad asusta a muchos, si bien a los cristianos nos consuela, porque nos mueve a refugiarnos en el Dios poderoso que amamos.
Nuestros templos cerrados nos recuerdan que el Dios que adoramos y a quien pertenecemos no habita en edificios inertes sino en nuestro corazón. Y Él vuelve a repetirnos con inmenso amor:
"No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa" (Isaías 41:10, NVI).
¿Conocés a Dios? Este es un buen momento para hablar con Él. Sin temor, de corazón. Él te espera para darte una vida nueva, libre de temores y llena de certezas.