En la vida diaria podemos comprobar que todas las personas creen; creen en algo y creen en
muchas cosas; hasta podría decirse que hay gente demasiado crédula. Incluso quienes se
dicen ateos, en realidad, “creen en otra cosa”. El hombre necesita creencias y
las busca de diferentes maneras, muchas veces, equivocadas. Se debe a que tenemos
una necesidad innata, “una sed espiritual” que no entendemos,
algo que nos mueve a buscar lo espiritual. Hay un vacío innegable. Lo reconozcamos o no, allí está.
Somos seres que
necesitan llenar ese vacío que nos dejó la ausencia de Dios, cuando
nos alejamos de Él. Sólo puede llenarlo la presencia de Dios. El alma anhela al Creador: fuimos creados para vivir en
relación con Él. Y Dios ya
proveyó todo lo necesario para que podamos conocerlo y tener una relación muy
especial con Él: de Padre a hijo.
En la historia encontramos diversos líderes religiosos. Muchos consideran a Jesús uno de ellos, pero, sólo Jesús pudo decir con toda autoridad: “El que cree en mí, tiene
vida eterna” (Juan 6:47). Porque Él es infinitamente más que un "histórico líder religioso": Él es el Hijo de Dios.
Dios envió a Jesús para salvarnos de nuestro pecado que nos mantenía apartados de Él. Por la fe
en Jesús somos perdonados, reconciliados. Solamente
nos pide que creamos en Él.
¿Creés en Jesús? ¿Creés en el Hijo de Dios? Es una decisión personal. Cuando creemos en Él comprobamos que esa fue la
mejor decisión de toda nuestra vida. Y la más trascendental.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna” (Juan 3:16)
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