miércoles, 6 de marzo de 2024

Heridas


A nadie le gustan las heridas. Cuando éramos niños y nos lastimábamos las rodillas en el frenético desafío …¡de gastar energía cinética!...nos llamaba la atención cómo ese pequeño corte o esas escoriaciones de la piel frenaban de repente el entusiasmo interminable. Queremos evitar la herida y el dolor que la acompaña; queremos evitar la situación que incluso nos parece un estorbo que sólo sirve para interrumpir la corrida y la diversión. 

No fuimos creados para sufrir ni siquiera un rasguño. Dios, nuestro Creador, nos formó con propósitos de bien y de alegría. La humanidad de alejó de Dios desde el principio sin entender su gran amor y sus planes maravillosos. De tal manera que conocimos, como raza, las consecuencias de estar lejos del Dios que nos ama: la desobediencia, la maldad, el egoísmo y la violencia hicieron su entrada al mundo: y el ser humano conoció las heridas. No sólo las físicas resultantes de la violencia sino las heridas del alma, secuelas del pecado y del mal.

La Biblia, el libro de Dios, el que nos dejó como una carta para la humanidad, nos dice: 

"Dios, sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas." (Salmos 147:3). Él no nos dejó solos a merced de nuestro propio pecado. Dios envió a su Hijo amado, a Jesús, para volver nuestros corazones a Él. Basta con creerle, basta con confiar, basta con recibir a Jesús en nuestra vida y aceptar su socorro para ser transformados. Es suficiente su amor para sanar todas las heridas, para cubrirlas con las vendas de su gran compasión. Todo el que se rinde ante su misericordia infinita experimentará la sanidad que solamente Dios puede dar. La sanidad física, pero también la sanidad del alma y del corazón.

Dios nos ama. Dios nos creó para vivir una vida sin fin, sin dolor, sin heridas, por eso nos espera cada día para recibirnos, para darnos una vida nueva y sanar nuestro ser.

Él nos espera como un padre bueno espera a su hijo querido: con verdadero amor, con ternura, con paciencia y bondad.