¿Será que nos sentiremos menos malos si minimizamos la maldad inherente a nuestros actos? Quizás. Pero el sentimiento no cambia la realidad. Algunos llaman a lo malo "bueno" y a lo bueno "malo". Sin embargo, eso no cambia su esencia intrínseca. Aunque se debatan los límites y se relativice la moralidad, no podemos negar que hay hechos y comportamientos delictivos y punitivos. Toda acción implica una consecuencia.
No obstante, no estamos solos y ni a la deriva. Dios, que nos conoce como nadie, que sabe de nuestras virtudes y bondades y también conoce nuestra inclinación al mal, preparó un plan para rescatarnos. Después de todo, ¿quién podría librarnos de nuestra propia maldad sino sólo Dios, el Dios que nos creó y que nos ama? Reconocer que necesitamos ayuda es el primer paso para vivir una vida libre de culpa y en una continua transformación que ennoblece el carácter y nos capacita para hacer el bien.
Dios no rechaza a nadie que lo busque y pida su ayuda. Te invito a creer en Él, a confiar en Él, a hablar con Él. La vida cambia, nosotros cambiamos cuando conocemos a Dios y lo hacemos parte de nuestro andar diario. Comprobaremos, entonces, que la verdadera felicidad se encuentra cerca, se encuentra en Él, en amarlo y en hacer el bien.
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