jueves, 18 de agosto de 2022

Bondad inagotable

Los días fríos y soleados de agosto... ¡Qué encanto! Madrugadas escarchadas. Aires afilados que nos obligan a apurar los pasos. Abrigos. Infusiones calientes a toda hora. Invierno presente que nos ubica un poco en un equilibrio necesario. El frío duele. Y nos recuerda que somos necesitados (de abrigo, de resguardo, de refugio. de cuidados, de otros). Este invierno me habla otra vez de la bondad, del amor solidario.

Concluyo que la bondad hace habitable al mundo... tanto como el sol hace posible la vida. Sin sol y sin bondad no podríamos vivir. La alegría, el crecimiento, la esperanza, la paz, la seguridad se disfrutan porque hay sol todavía, porque todavía hay bondad. 

A veces lo minimizamos. Lo damos por supuesto. Pero, es tan importante no claudicar, no transigir... es importante no abandonar la nobleza, las virtudes, los valores; en fin, la bondad, que no es otra cosa que una bella característica del amor. 

Persistamos siempre en la bondad, en la benignidad que procura el bien del otro como el mío propio (valga la redundancia). Si hay bondad habrá calor, sustento, abrigo, compañía, esperanza.

Que sea una bondad sabia, con propósito. La que ayuda y encauza, que da herramientas, que sana, que protege y acompaña. La que hace noble al carácter, la que da integridad a la conducta y al corazón.

¿Dónde encontramos esa bondad que no se acaba ni se cansa? Esa que debemos ejercitar. Dios es la fuente y el origen de todo lo bueno. Volvamos a Él, y nos llenará de ese amor inagotable.

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