No nos gusta frustarnos. Quisiéramos conseguir todo lo que necesitamos o deseamos o nos proponemos. Pero no es así. Fallamos y cometemos errores. No siempre logramos lo que queremos. (¡Gracias a Dios! ¿Qué sería de nosotros si así fuera? El mundo sería más caótico y, sin duda, más violento). Pero la frustración tiene su lado bueno. Nos ayuda a madurar y a conocernos mejor. Nos enseña que podemos superar fracasos y aprender. Nos enseña que no somos Dios. Nos ayuda a ser sinceros con nosotros mismos y reconocernos tal cual somos, falibles y con limitaciones. Nos conduce a ser más compasivos, más humildes y empáticos.
Sé que el otro puede fallar como yo, y eso está bien. Sé que puedo aprender la empatía: me pongo en tus zapatos. Sé cómo te sentís porque yo también fracasé, me frustré y salí adelante con la ayuda de Dios. Y vos también lo harás.
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