Hay algo en la bondad que nos atrae y nos cautiva. Un poder subyugante y tierno que llena el alma de quietud. Los gestos de bondad nos
emocionan.Tocan nuestra alma y nuestro espíritu de una manera única. Pueden brindar alegría en la necesidad, cambiar situaciones y rumbos. La bondad puede transformar las cosas y las personas: hacer que un "fracaso en potencia" sea un "exitoso potencial". ¡Cuántas vidas han sido cambiadas a lo largo de la historia porque “alguien” tuvo
un gesto de bondad en un entorno difícil y eso dio un giro a la vida de alguien
más! Vidas transformadas por la manifestación de la bondad.
Solemos decir que somos más “humanos” cuando tenemos actos de
bondad. Nos volvemos más sensibles al otro, al prójimo. Y, en
verdad, no somos más humanos, sino que nos parecemos más a Dios: Dios es el único
bueno, y el Padre de toda bondad. Todo lo bueno proviene de Él.
En la bondad hay algo cuyo origen quizás ignoremos, pero que, ciertamente, trasciende nuestra humanidad. Es que la bondad no
es nuestra: nos ha sido dada por Dios. La
Biblia dice que fuimos creados “a su imagen”, a imagen de Dios. Aún
tenemos vestigios de algunas de sus cualidades, y, entre ellas, la bondad. Depende de nosotros permitir que se desarrolle.
¡Me asombra la bondad de Dios! Seguro que a vos también. Al hacernos sus hijos, Dios nos da también la
oportunidad de ser transformados. Nos da la bondad como un regalo y depende de nosoros permitir que se desarrolle. Y aunque la Biblia dice que sólo hay uno
bueno (Dios), también dice que somos transformados para ser como Él. Podemos
ser “buenos” con la ayuda de Dios y tener gestos de genuina bondad cuando le entregamos nuestro corazón.
Nos invita a confiar en Él y a ser
llenos de esa bondad que no es humana sino divina.
Dios es bueno de una manera tal que no podemos imaginar,
ni comprender. Anhela que seamos más como Él. Recompensará con alegría cada acto de bondad desinteresada porque se goza y se complace con todo aquel que ama lo bueno y hace lo
bueno.
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