La mente tiene la capacidad de influenciar nuestro
sentir y nuestro hacer. Conforme lo que pensamos será lo que sintamos y
hagamos. Si te sentís cansado o triste, pará un momento y pensá en qué estabas
pensando. Seguramente, sería una circunstancia negativa, una duda, un temor, un concepto negativo (que no podés, que no podrás, que nos
sos esto o aquello, que no lo serás, que sos muy “algo”, o insuficientemente “algo") o
cosas similares.
En Proverbios 12:20 se nos insta a pensar bien y concluye en que hay alegría en el corazón de quienes piensan el
bien. Y es una realidad muy perceptible. Decime cómo te sentís cuando
pensás algo bueno, el bien de alguien, cosas buenas que vendrán, buenos deseos
para nuestros seres queridos. O decime cómo te sentís si pensás mal de alguien, o en lo
negativo alguien o de algos, o recordás "lo malo del día". Realmente es fácil de
comprobar. Hay alegría prometida para quienes piensen el bien. “Hay gozo para
quienes promueven la paz”, dice la versión NVI. Quienes piensan lo bueno y hacen lo bueno recibirán gozo. Porque lo que pensamos , mayormente, es lo que haremos. Pensemos lo bueno, hagamos lo bueno. Seamos promotores
de lo bueno, promotores de paz. Hay un gozo, una enorme alegría prometida por
Dios para quienes lo hagamos.
Quizás estamos habituados a
una forma de pesar negativa. La prioridad será, entonces, quitar ese mal hábito y
cambiarlo por otro. Estamos bombardeados de información negativa y, por estar expuestos a eso tan a menudo, nos habituamos. Sin
embargo, podemos cambiar. Basta con decidirnos, y permitir que Dios mismo nos
ayude: Él pondrá pensamientos de paz en nuestra mente, y llenará
también el corazón.
Deberíamos ejercitarnos cada día en eso: “detectar” los pensamientos malos, para quitar el mal hábito, y en cambio empezar a pensar en lo bueno, buscar la paz con todos, y el bien de otros. Nuestra vida será diferente. Requiere constancia, vigilar lo que pensamos, lo que dejamos entrar en nuestra mente, elegir qué pensamientos queremos tener, y rechazar los pensamientos malos. Pero, ciertamente, ¡vale la pena!
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