El estío, verano tan anhelado como las vacaciones. Días de mar, de pileta, de sierras, de plazas; de helados, de tererés, de música al aire, de cenar a la luz de las estrellas. Y esa luz solar de las ocho p.m.
El invierno, crujiente de escarchas al alba, con el sol tardío. Cielo frío y limpio. Narices bien rojas, desfile de gorros, bufandas y guantes; botas y abrigos. Los cafés que humean y calientan manos. Pausas deliciosas. Las lluvias heladas, tormentas ruidosas que nos apresuran a volver a casa.
Dios lo hace todo bien; lo hace todo hermoso. Podemos vislumbrar su poder, su compasión y su bondad. Su majestuosidad perfecta y su amor tan grande.
Que podamos percibir su mano en todo que ha hecho, verlo y disfrutarlo. Que podamos hallarlo a Él en cada circunstancia, en cada tiempo.
En las cosas sencillas y en las magníficas nos deja un mensaje de su amor eterno y su cuidado que nos protege de maneras impensadas.
¿Ya lo conocés? Si no lo conocés, si no conocés a Dios de una manera personal, pedile conocerlo. Él está siempre atento a vos. Anhela ser parte de tu vida y darte un nuevo propósito que llenará tus días de una dicha incomparable. En cada estación, en cada momento, Él está. Nos acompaña todo el tiempo, en todo tiempo. Comprobalo por vos mismo.
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