Intento no pasar por alto esas percepciones matizadas de colores nuevos. La tibieza de las tardes. Las calles inundadas de árboles pincelados modo otoñal. Las hojas que vuelan y descansan sobre las veredas, los bancos de la plaza, los autos, los patios y el asfalto.
De alguna manera,el otoño me resulta un tiempo para la reflexión. Me resulta bueno parar a considerar, ver en contexto las decisiones a tomar; qué puedo mejorar, qué comienzos, qué cierres, qué desafíos, qué crecimiento, qué afrontar y qué evitar. Los cambios son buenos. Quizás es hora de implementar algunos.
Dios nos llama a cambiar todos los días. Necesitamos ser transformados: somos sus criaturas, su creación más preciada, pero Él quiere que seamos sus hijos. Envió a Jesús, para que todo aquel que cree en Él, reciba esa transformación interior y espiritual y el derecho de ser hecho hijo de Dios. Ese es el cambio fundamental. Desde allí somos perfeccionados para ser más como Él es.
Que en este otoño incipiente puedas recibir lo mejor de Dios para vos: su presencia y su amistad para siempre.
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