lunes, 11 de julio de 2022

Inmortales

Buscamos, de manera consciente o no, la vida eterna, la inmortalidad, "la eterna juventud". No queremos aceptar que somos mortales, limitados y sumamente vulnerables. Y es que la eternidad está en la memoria de nuestro propio origen, en nuestro esencia, en la reminiscencia de ese propósito inicial. No fuimos creados para morir; tampoco para enfermar o experimentar emociones violentas ni negativas. Nacimos para ser amados, inmortales, victoriosos, felices, sanos, plenos... para amar a Dios sobre todas las cosas, y a los demás como a nosotros mismos. Dios nos creó eternos, con un propósito de bien, inimaginable para nosotros. La humanidad se alejó de Dios desde el principio de la creación y perdió muchas cosas valiosas. Entre ellas, la vida eterna y la felicidad de la plenitud.

Tenemos un anhelo de eternidad en nuestro interior. De inmortalidad. Un anhelo por lo bueno y lo trascendente. Un anhelo por el Dios que nos amó y nos creó. Quedamos perdidos e incapaces de volver por nosotros mismos a esa vida sin fin que se nos había dado. ¿Cómo recuperar esa inmortalidad para la que fuimos creados? Dios, que nos ama, preparó una salida: envió a su Hijo en rescate por todos. Jesús murió por nuestras maldades y resucitó para dar el perdón a todo aquel que crea en Él y lo quiera recibir. 

Dios nos concede por la fe un nuevo comienzo, un nuevo corazón, una nueva identidad: somos hechos hijos de Dios. A todos los que le recibimos, a los que creemos en su nombre, nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Recibimos con Jesús la vida eterna, esa inmortalidad buscada, que habíamos perdido. Pero no sólo eso: Él restaura todas las cosas y nos devuelve la paz, el verdadero gozo y la amistad con Dios.

"Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" significa que si confiamos, si creemos en Él, disfrutaremos del propósito original de nuestra vida. Vivir para siempre no es lo único que nos da: veremos cumplido el anhelo más profundo del alma al conocer a Dios de manera personal relacionándonos con Él a diario. Todo eso por medio de la fe en Jesucristo, su Hijo. ¡Y podés comprobarlo por vos mismo!

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