Las tormentas eléctricas pueden ser aterradoras. El mar embravecido, intimidante. Pero, en las imágenes, a diferencia de la realidad, ese factor que amedrenta se transforma en belleza y arte.
Quienes se arriesgan en deportes extremos y quienes desafían la naturaleza disfrutan de su osadía. En general, podría decir que la mayoría de los mortales preferimos vivir en calma y no con toda la adrenalina que generan esas situaciones. Con sosiego, tranquilidad, con quietud del alma y del corazón.
La paz de Dios, la que Jesús nos da, es la que permanece inalterable en medio de toda circunstancia. Permanece en medio del bullicio, de los problemas o conflictos. Lo usual es que en momentos difíciles perdamos la alegría y aparezcan la preocupación, el insomnio. Humanamente, somos así y así nos suele pasar. Pero, podemos confiar en Jesús, que dijo: "Mi paz les dejo, mi paz les doy". Él es nuestra paz. Él tiene poder para calmar toda clase de tormenta, incluso las tormentas más difíciles que se levantan en nuestro interior.
En aquella tormenta en el mar de Galilea, Jesús dormía en el barco, con absoluta paz. Los discípulos, desesperados y despiertos, no podían entenderlo. Hasta que le hablaron. Él calmó la tormenta en un instante.
Vos también podés acercarte a Jesús. Hablarle. No te quedes con insomnio y preocupado. No hay nada que Él no pueda hacer. Jesús vino a salvarnos. Vino a mostrarnos el camino al Padre, el camino al Cielo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Podemos recibir esa calma que
necesitamos. Cuando creemos en Jesús y le damos su lugar en nuestro
corazón, su paz y su Persona se manifiestan a nosotros. Se hacen
absolutamente reales.
Créditos:
Imagen: Rembrandt-"Christ in the Storm on the Lake of Galilee"
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