viernes, 8 de abril de 2022

Soberbia

A todos nos agrada sentirnos fuertes, seguros, capaces. Nadie desea lo contrario; menos aún ser vulnerables. No obstante hay un equilibrio necesario, que nos libra de la soberbia y de la endeblez pusilánime. No nos gusta admitirlo, pero si nos consideráramos con objetividad, deberíamos avergonzarnos de nuestra petulancia. Necesitamos cuidados continuos, alimento, aseo, descanso. Nuestro cuerpo se daña fácilmente con golpes, cortes, heridas y enfermedades; las emociones y la psiquis nos muestran tal cual somos. Tan vulnerables y sensibles que necesitamos unos de otros. Nuestras capacidades y aptitudes tienen límites. ¿De dónde, entonces, sacamos la soberbia? ¿De nuestra propia ignorancia? 

Fuimos creados con perfección, por un Dios que nos ama, pero al alejarnos de Él, la imperfección se adueñó de nosotros y nos esclavizó.
 
Somos una creación maravillosa y única, capaz de increíbles logros, con inteligencia, inventiva y capacidades fantásticas y diversas. El ser humano ha logrado alcances impensados. A pesar de las limitaciones, nunca deja de superarse y apuntar más alto y lejos. Todo lo cual es superlativamente bueno. Pero, lejos de hallar equilibrio entre ese potencial y nuestra debilidad, nos llenamos de arrogancia demasiado a menudo. 

La soberbia y la altanería, paradójicamente, son signos de nuestra mayor flaqueza. Nuestra inclinación al mal evidencia, sin dudas, que somos muy necesitados. Aun así, Dios sigue amándonos. Él envió a Jesús, su Hijo perfecto, para salvarnos. ¿De quién? De nosotros mismos, de nuestros pecados y de la consecuencia de nuestra maldad. 

Sólo por medio de Jesús podemos ser libres de esa esclavitud que nos hizo necios. Sólo por medio de Jesús podemos ser hechos nuevas criaturas y recibir la inocencia y la humildad perdidas; recibir perdón, paz y una vida maravillosa y eterna. ¡El mensaje más glorioso es ese! Dios lo hizo posible porque nos ama.

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