Nadie está exento de dificultades, así que es mejor decidir de antemano
que sacaremos lo mejor de ellas. Aunque no nos agradan y quisiéramos evadirlas, de todas ellas podemos aprender, indudablemente. Disponernos a
sortearlas con la mejor actitud nos ayudará a no perder el ánimo y a
sacar la valentía oculta cuando sea necesario.
Permanezcamos asidos a la esperanza en medio de las tormentas, confiando y esperando en Dios. Esa alegría de la esperanza nos fortalece hasta que acabe la tempestad, porque ciertamente, acabará y volveremos a la calma. No estamos solos: el Creador permanece a nuestro lado. Dios nunca abandona a la corona de su creación, la ahora debilitada e inestable humanidad que depende de Él y de su gracia.
Dios envió a Jesús, su Hijo, para salvarnos. "El que cree en mí, vivirá", dijo Jesús. Que en los torbellinos de la vida, como en la bonanza, permanezcamos asidos a Él, confiados. Dios acude con prontitud a nuestro clamor y es el único que aquieta la tempestad interior de toda alma. Dios es nuestro refugio y nuestra ayuda.
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