La integridad ennoblece. Se afirma y se establece en el corazón cuando
permitimos que Dios gobierne nuestra vida,
acciones y emociones.
La integridad nos alegra, nos infunde seguridad y paz. Sin embargo, la integridad y la paz pueden perderse fácilmente. Las perdemos cuándo hacemos lo que sabemos que está mal. También cuando no hacemos lo bueno que debíamos hacer. Cuando nos desenfocamos, dudamos, o nos preocupamos demasiado.
¿Cómo volvemos a ser íntegros, cómo recuperamos esa paz tan preciada? No podemos hacer lo bueno siempre, sin equivocarnos jamás. "No hay hombre que siempre haga bien y nunca peque", nos dice Dios. No nacimos para ser malas personas; nacimos para ser buenos. Pero todos tenemos esa inclinación innata al mal. Aun así, Dios ya dispuso la manera de que recuperemos la paz y la vida.
Dios, que es bueno y perdonador, nos invita: "Vengan a mí". Podemos acudir a Él, reconocer nuestros errores (y maldades) y pedir perdón, con la determinación de no volver a cometerlos. Él nos perdona y la paz regresa. Nos limpia de nuestra maldad para volver a ser personas de bien. Es necesario reconocer nuestra debilidad y querer cambiar. Dios está dispuesto a hacerlo posible en nuestras vidas: debemos decidirnos y hacer nuestra parte. Él hará lo que es imposible para nosotros. Nos da un nuevo corazón para amar lo
bueno y detestar lo malo. ¡Dios quiere ayudarnos!Y lo hará si acudimos a Él.
¡Ánimo a todos los que anhelan ver el bien! Podemos ser íntegros con ayuda de Dios, el único que tiene poder para transformarnos y darnos la capacidad de vivir de manera intachable.
Pidámosle: "Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado" (Salmo 51:2, LBLA). Él lo hará.
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